Era una noche de frío invierno, los álamos dejaban vislumbrar una luz tenue que ofrecía la luna, todo era quietud en aquellas coordenadas olvidadas donde él perdió la alpargata. Los lobos aullaban a la par de las ranas, en un majestuoso paisaje que nos ofrecía aunando montañas verdes incipientes, con un arroyo que llevaba escarbando la poderosa cordillera durante tiempos remotos. Los búhos, poderosos dictaminantes de la noche, ojos abiertos, para cual potencial cena que llevarse a las garras, inmóviles al acecho esperando el momento de llevar a cabo su mortal hazaña.
Toda la mejestuosidad del entorno natural, quedó perplejo por la chocante entrada a un claro del bosque por una pandilla de paletos. A ella se accedía por un camino abultado de pedriscos, en el que se puede observar barranco a los dos lados del mismo. Estos seres llegaron con un vehículo que desgarraba, dando grandes derrapadas, y obviando que las piedras que desplazaban, rebotaban contra el cárter. Una vez entraron ellos en el bosque, los habitantes que él guardaba pararon de intervenir, y se limitaron a contemplar lo que hacían estos humanos que habían venido a su mundo. Era más que estridente la música que llevaban, aún con las ventanillas subidas por el frío y el uso de la calefacción, los cinco ocupantes del coche oían música como para quedarse sordos y por la condensación presente, indicaba la consumición de marihuana. Llegaron a la explanada con un estruendo terrible, haciendo derrapar las ruedas, abrieron las puertas, y salió más humo que de la chimenea de un carpintero. No faltaban las cervezas para que el sin vivir de las neuronas fuera absoluto, en un intento de olvidar cada uno sus problemas, huyendo de un mundo real. Bajáronse, quedándose a merced de la luna, y los habitantes del bosque se acercaron a contemplar, mientras los cinco reían y parecía que se lo pasaban bien.
Jacobo, empezó a sentirse mereado, y se separó del jolgorio y se sentó en una piedra hallada cerca de unos matorrales. De pronto, -¿estás en el camino correcto?- oyó una voz que le decía. Él quería moverse pero estaba muy mareado, obserbó todo lo que le rodeaba y penso que esa noche se había pasado. Pero en seco apareció un conejo que se puso a dos patas y le dijo -¿no estás malgastando tu vida?- Jacobo abrió los ojos como platos, ¿estaba teniendo una alucinación? Volvió a dirigir la mirada hacia él, y le vio sonriente, -¿cuanto tiempo seguirás así, Jacobo?- la dijo sonriete el conejo, entonces ya se quedó anonadado, ¡porqué conocía su nombre! Y en ese momento Jacobo devolvió, y sacó todas sus malas costumbres, sus errores, hasta que le quedó el alma limpia. Con ello el conejo se fue, dejando al chico ya tranquilo consigo mismo.
Jacobo había tenido un renacer, y decidido a olvidar y empezar, se marchó andando dejando a los cuatro restantes allí, yéndose sin hacer estruendo, estando en paz con el mundo, y dejando huella en cada paso que daba.
Albert Bachs
Desitjo que aquest conte faci pensar a algú i agradi a més. És adreçat als que pateixen i escrit per un usuari del centre. Esperu que us faci rumiar.
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ResponderEliminarM'ha agradat molt, com exposes que la beguda i les drogues poden arribar a ser un problema.
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